lunes, noviembre 27, 2006

Violencia y Sociedad

El tema no es nuevo. Nadie puede sentirse sorprendido. Más allá de los goles y la pasión, cada tanto, algún fin de semana, el fútbol se destaca por un hecho de violencia que concentra la atención de todos. Peleas entre hinchadas, asesinatos, piedras que abren cabezas, emboscadas calculadas con precisión. En fin, todo el bagaje de bestialidades conocidas se despliega ante la sociedad. Entonces comienza la consabida calesita: Hinchas, barras, jugadores, comentaristas, dirigentes. Todos opinan, todos se excluyen de la culpa, ponen cara de víctima frente a todos los micrófonos que le salgan al cruce. Luego, llegan las medidas urgentes y salvadoras. Urgentes porque son para ayer. Porque no son una consecuencia de una acción planificada, coherente, que ataca en todos los frentes posibles. No. Surgen de la imprevisibilidad y las presiones. Y no crea Ud. que son salvadoras porque nos alejan del problema. No Señor. Son salvadoras para ellos, para los que protagonizan estos hechos. Porque es más fácil castigar globalmente a todo un estadio a través de medidas sin sentido que poner foco en aquellos revoltosos de siempre. Sean barras o dirigentes. Porque los muchachos también colaboran para otras causas. Así que no es cuestión de quedarnos sin esa mano de obra que tanto requiere la política en la semana. Así que todo es urgente, salvador –ya vimos en qué términos- y transitorio. Si. Ahora las medidas duran una semana. Después volvemos a lo mismo, a la espera del próximo muerto.

Pero claro, no podemos ser tan ciegos. No estamos hablando de una sociedad cuya única expresión de violencia viene del fútbol. Antes bien, el fútbol es el fiel reflejo de la sociedad violenta que vivimos a diario. La velocidad de las comunicaciones nos ponen hoy como nunca en el centro de la violencia cotidiana mostrándonos sin anestesia cada vez más casos de violencia familiar, de abusos sexuales, de menores sometidos, de tomas de rehenes, de policías corruptos, de secuestros, amputaciones, y todos los vejámenes hacia el ser humano que el mismo ser humano es capaz de imaginar.

También está la otra cara de la violencia cotidiana. Más subrepticia, más astuta, que crece como un río hacia la pleamar: lenta y continuamente: Hablo de la violencia que significa un funcionario corrupto, la violencia de aquellos que los corrompen, la desidia de los que dejan hacer, el hambre de los chicos, la gente sin trabajo, las protestas a cara tapada y palos amenazantes, la falta de oportunidades, la escasez de planes de mínima para que las familias más carecientes no sean caldo de cultivo de violencias mayores, instadas al delito, a la droga, a las armas. Eso también es violencia. Vaya si lo es.

No existen sociedades sin conflictos. Todas los tienen. El tema es cómo los resolvemos. Con violencia o sin ella. A través del Imperio de la ley, o del garrote del barra dominguero. A través de una conciencia social o del bestia semanal que dispara “para evitar una masacre”.

Y acá el termómetro es uno solo. Se llama educación. No podremos evitar que existan discrepancias, lo que sí tenemos que hacer es darle a la sociedad otras herramientas para que puedan resolver sus problemas. Y esta visión más global, más elevada, más ambiciosa, con más herramientas para resolver divergencias lo da la educación. Sólo ella nos enseña las ventajas de someternos a las leyes que nos ordenan.

¿Por dónde empezar? Por donde todos sabemos: Mayor empeño en llenar de chicos las aulas, con ideas nuevas e imaginativas. Mayor control para que la ayuda del estado se transforme en chicos bien alimentados, sin que nadie se guarde nada en el camino, Mayores oportunidades laborales para sus padres. Serios programas antidroga, que nos permitan salvar del abismo a tantos chicos.

Pero claro, esto es un trabajo de años. Pareciera que no sirve para nuestros problemas urgentes. No es así. Llevará años, pero es lo único que nos sacará de la bestialidad cotidiana a la que día a día nos acostumbramos a vivir, como víctimas o como victimarios. No nos demos por vencidos. Es tiempo de soñar un futuro mejor para nuestros hijos, trabajando día a día con responsabilidad social.

Algún día deberemos entender que nuestro papel de ciudadanos no termina con el voto, ahí, mas bien comienza.