Hacia un nuevo concepto de Nación: Diversidad en equilibrio
Nación: Describe a una agrupación mayor de personas que se constituye a partir de sus costumbres y tradiciones. Es una sociedad consciente de ello que se basa en lazos primordiales y sólo existe porque sus miembros se confiesan parte de ella. (Wikipedia)
Después de ahondar en distintas fuentes, y con sólo mirar un poco alrededor, seguramente la mayoría de nosotros podríamos convenir que las naciones se constituyen sobre la base de al menos, algún fuerte concepto en común que los une, que los convoca. Que logra que todos sus integrantes manifiesten su voluntad de pertenecer a ella. La historia nos enseña también que este deseo manifiesto de pertenecer funciona como un imán ineludible a través de los años para sus integrantes. Sea cual fuere el concepto que los convoca: una etnia, una religión, un territorio. Ir contra esto en forma artificial, ya sea uniendo naciones distintas en un mismo país –Yugoslavia, La URSS- o separando pueblos que tienen un destino común –Alemania, el pueblo Judío- no ha hecho mas que crear odio y muerte en el mundo. La historia empuja y horada, y no es posible ir contra ella.
A través de los siglos, el destino gregario del hombre lo ha venido uniendo con sus pares. Cuando a esto le sumamos la educación, la inteligencia puesta al servicio de la organización, de los derechos de cada uno, el respeto, el sano temor a una ley común y pareja, la nación aparece en el horizonte como consecuencia. Luego, el deseo de pertenecer de sus miembros, la hará sólida y única, distinguible.
Hace algunos años aquel viejo zorro de la argentinidad que fue don Arturo Jauretche planteaba que el norte y el sur eran convenciones. Que si el mundo se dibujara a la inversa, Argentina, lejos de ser el patio de atrás del mundo, sería su antena. Sin embargo, como era de esperar, nuevamente el mundo no nos hizo caso.
Me permito tomar aquella imagen, unida a la Física inexorable, para expresar una sensación: Argentina es un país al revés. Fiel a su estilo, está destinado a recorrer un camino inverso al habitual en esto de conformar una nación: Mientras otros construyen su identidad construyendo a partir de aquél elemento que los une, nosotros, que no tenemos un único origen étnico, ni social, ni idiomático, ni territorial, ni religioso, debemos trabajar con nuestras diferencias. Con nuestras diversidades. Para esto deberemos desabroquelar las sucesivas etnias que la conforman, los diferentes idiomas que trajeron los inmigrantes, unir su vasto territorio con sus disímiles paisajes y climas. Asimilar las diversas culturas que aquí convergen. Aceptar que definitivamente el piquetero, quiera trabajar y no pueda, o no quiera hacerlo, sigue siendo tan argentino como los demás. Convencerse de que la isla en medio del mar para arrojar a los delincuentes para que se coman los unos a los otros no es una opción posible. Comprender que los chicos que no se alimentan debidamente, aunque no sean hijos nuestros, también deben preocuparnos. Así, nuestra enorme tarea consiste en construir un nuevo concepto de nación que, contra todas las definiciones que vimos, se sustente en la diversidad. Tratando de catalizar nuestras diferencias transformándolas en la suma de las múltiples riquezas que los distintos integrantes, desde sus diferenciados orígenes, pueden aportar.
Tenemos derecho a soñar que podemos ser, como decía Serrat, “lo mejor de cada casa”. ¿Por qué no? Además de aportar planificación y organización, también necesitamos contar con la utopía para que nuestro proyecto tenga buen destino.
¿Que todos debemos ceder algo de sí para poder conformar ese todo llamado nación? Bueno, en eso consiste la comunidad. Utilizar las multiplicidades que aportan todos, subordinándonos de común acuerdo a este nuevo “Ser nacional”.
Porque eso nos une: la diversidad. Y esto Señores, no es algo negativo si sabemos manejarlo. No estamos atados a un antepasado único, como los aztecas que precedieron a México, ni los incas, que dieron origen al Perú. Nuestros barcos, parafraseando el famoso dicho, vinieron de todas partes del mundo. Por eso, lo que podría verse como una debilidad de nacimiento puede transformarse en nuestra principal fortaleza.
Así, en un nuevo ataque de soberbia, tan argentina ella, me animo a decir que Argentina es la síntesis del mundo. El mundo rico y el pobre conviven aquí. El blanco y el mestizo, el pensante y el autómata. Y sigue la lista.
Así como el más exquisito manjar no se saborea si no tiene la justa cantidad de sal, para que la aceptación de esta diversidad se transforme en un factor integrador de este nuevo concepto de Nación, sólo necesitamos complementarlo con el equilibrio. Esa es la forma de evitar que sigamos comiéndonos unos a otros, anulando las riquezas a aportar de tal o cual grupo social. Necesitamos aceptar nuestra diversidad y enriquecerla con el aporte que todos podemos hacer, pero sostenidos por un equilibrio nacido del respeto a leyes justas y consensuadas entre nosotros. Aceptadas por nosotros.
Sólo así podremos empezar a tener un apellido propio frente a las demás naciones del mundo. Un apellido que realce nuestras ricas y variadas raíces, que pueda ser asociado con adjetivos dignos de admiración.
Habremos alcanzado la meta de ser una Nación el día que todos nuestros hijos se sientan orgullosos de pertenecer a estas tierras y dejen de mirar al otro lado del mar con ojos de añoranzas como opción a todos sus problemas, con ánimo de desandar el camino que aquellos gringos trazaron, dejándolo todo para empezar de nuevo en estas costas.
Después de ahondar en distintas fuentes, y con sólo mirar un poco alrededor, seguramente la mayoría de nosotros podríamos convenir que las naciones se constituyen sobre la base de al menos, algún fuerte concepto en común que los une, que los convoca. Que logra que todos sus integrantes manifiesten su voluntad de pertenecer a ella. La historia nos enseña también que este deseo manifiesto de pertenecer funciona como un imán ineludible a través de los años para sus integrantes. Sea cual fuere el concepto que los convoca: una etnia, una religión, un territorio. Ir contra esto en forma artificial, ya sea uniendo naciones distintas en un mismo país –Yugoslavia, La URSS- o separando pueblos que tienen un destino común –Alemania, el pueblo Judío- no ha hecho mas que crear odio y muerte en el mundo. La historia empuja y horada, y no es posible ir contra ella.
A través de los siglos, el destino gregario del hombre lo ha venido uniendo con sus pares. Cuando a esto le sumamos la educación, la inteligencia puesta al servicio de la organización, de los derechos de cada uno, el respeto, el sano temor a una ley común y pareja, la nación aparece en el horizonte como consecuencia. Luego, el deseo de pertenecer de sus miembros, la hará sólida y única, distinguible.
Hace algunos años aquel viejo zorro de la argentinidad que fue don Arturo Jauretche planteaba que el norte y el sur eran convenciones. Que si el mundo se dibujara a la inversa, Argentina, lejos de ser el patio de atrás del mundo, sería su antena. Sin embargo, como era de esperar, nuevamente el mundo no nos hizo caso.
Me permito tomar aquella imagen, unida a la Física inexorable, para expresar una sensación: Argentina es un país al revés. Fiel a su estilo, está destinado a recorrer un camino inverso al habitual en esto de conformar una nación: Mientras otros construyen su identidad construyendo a partir de aquél elemento que los une, nosotros, que no tenemos un único origen étnico, ni social, ni idiomático, ni territorial, ni religioso, debemos trabajar con nuestras diferencias. Con nuestras diversidades. Para esto deberemos desabroquelar las sucesivas etnias que la conforman, los diferentes idiomas que trajeron los inmigrantes, unir su vasto territorio con sus disímiles paisajes y climas. Asimilar las diversas culturas que aquí convergen. Aceptar que definitivamente el piquetero, quiera trabajar y no pueda, o no quiera hacerlo, sigue siendo tan argentino como los demás. Convencerse de que la isla en medio del mar para arrojar a los delincuentes para que se coman los unos a los otros no es una opción posible. Comprender que los chicos que no se alimentan debidamente, aunque no sean hijos nuestros, también deben preocuparnos. Así, nuestra enorme tarea consiste en construir un nuevo concepto de nación que, contra todas las definiciones que vimos, se sustente en la diversidad. Tratando de catalizar nuestras diferencias transformándolas en la suma de las múltiples riquezas que los distintos integrantes, desde sus diferenciados orígenes, pueden aportar.
Tenemos derecho a soñar que podemos ser, como decía Serrat, “lo mejor de cada casa”. ¿Por qué no? Además de aportar planificación y organización, también necesitamos contar con la utopía para que nuestro proyecto tenga buen destino.
¿Que todos debemos ceder algo de sí para poder conformar ese todo llamado nación? Bueno, en eso consiste la comunidad. Utilizar las multiplicidades que aportan todos, subordinándonos de común acuerdo a este nuevo “Ser nacional”.
Porque eso nos une: la diversidad. Y esto Señores, no es algo negativo si sabemos manejarlo. No estamos atados a un antepasado único, como los aztecas que precedieron a México, ni los incas, que dieron origen al Perú. Nuestros barcos, parafraseando el famoso dicho, vinieron de todas partes del mundo. Por eso, lo que podría verse como una debilidad de nacimiento puede transformarse en nuestra principal fortaleza.
Así, en un nuevo ataque de soberbia, tan argentina ella, me animo a decir que Argentina es la síntesis del mundo. El mundo rico y el pobre conviven aquí. El blanco y el mestizo, el pensante y el autómata. Y sigue la lista.
Así como el más exquisito manjar no se saborea si no tiene la justa cantidad de sal, para que la aceptación de esta diversidad se transforme en un factor integrador de este nuevo concepto de Nación, sólo necesitamos complementarlo con el equilibrio. Esa es la forma de evitar que sigamos comiéndonos unos a otros, anulando las riquezas a aportar de tal o cual grupo social. Necesitamos aceptar nuestra diversidad y enriquecerla con el aporte que todos podemos hacer, pero sostenidos por un equilibrio nacido del respeto a leyes justas y consensuadas entre nosotros. Aceptadas por nosotros.
Sólo así podremos empezar a tener un apellido propio frente a las demás naciones del mundo. Un apellido que realce nuestras ricas y variadas raíces, que pueda ser asociado con adjetivos dignos de admiración.
Habremos alcanzado la meta de ser una Nación el día que todos nuestros hijos se sientan orgullosos de pertenecer a estas tierras y dejen de mirar al otro lado del mar con ojos de añoranzas como opción a todos sus problemas, con ánimo de desandar el camino que aquellos gringos trazaron, dejándolo todo para empezar de nuevo en estas costas.