viernes, marzo 17, 2006

Argentina, un país de juguete

El Domingo pasado fui al shopping con mis hijos. Después de andar un poco, a los tironeos lograron hacerme entrar a una juguetería, ritual inevitable en este raid dominguero. En el fondo, siempre me gusta mirar esas caritas, iluminadas por las promesas de las cajas de juguetes: Max Steeles en plena batalla, Hombres Araña defendiendo a una ciudad entera, trompos que responden cosas, autos super veloces, y muchas promesas mas.
Las jugueterías son vendedoras de ilusiones. Todo lo que hay allí requiere para funcionar un único y vital combustible: La imaginación de los niños. Si no contamos con eso, allí nada funciona. Es un lugar donde hay autos que no arrancan nunca, cocinas que no cocinan, héroes que prometen defendernos, pero que, sin la intervención de nuestros niños, sólo son pedazos de plástico inanimados. Todo es “como los de verdad”, pero nada es cierto. Nada sirve para lo que parece.
Salí de ahí preocupado. Se me ocurrió pensar que eso no era una Juguetería, sino que acababa de dar un paseo por la Argentina.
Un país donde tenemos todas las cosas “como en los países de verdad”, pero nada funciona. Las cosas sólo representan lo que deberían ser. Pero no funcionan como tales. Todo es de juguete: La justicia no parece ser justa. La ley –que existe- no se respeta. Los organos de control no controlan. Los Bancos reciben nuestra plata y nos devuelven papelitos. Les damos las armas a los militares y en lugar de defendernos, nos atacan. Elegimos representantes que no nos representan.
Vivimos mirando a USA y Europa. Vivimos tratando de copiarlos. Desde nuestra constitución, hasta nuestros días. Sin embargo, a ellos las cosas les funcionan. Nosotros, simples copias de poca calidad, apenas somos una juguetería que le vende ilusiones de un país mejor a su gente. Y, como ya no somos niños, no queremos imaginarnos que las cosas funcionan. Queremos que sean reales, que funcionen en serio, que solucionen nuestros problemas.
Pensar estos temas me pusieron triste. Aunque, en realidad, los mas tristes fueron mis chicos:
Ese día, no les compré nada.